Recuerdo el día del plebiscito como uno de los más largos de mi ya larga existencia. Como siempre lo he hecho en eventos electorales, fui temprano a votar, tan pronto tuve la certeza de que mi mesa, la 16 de varones de la comuna de Providencia, se había instalado. Todavía no eran las nueve de la mañana y ya había largas colas de electores. Hice mi turno en la que me correspondía. 

Desde joven, siempre la solemnidad del sufragio universal me ha impresionado. Allí, en ese acto sencillo -público a la vez que íntimo- cada ciudadano tiene en sus manos el destino colectivo. En el secreto de su conciencia y de la urna, decide lo que considera mejor para su patria. Miraba a mis vecinos en la fila y no encontraba en sus rostros ningún signo orientador. 

Emitido mi voto me fui a la sede del partido y luego al comando, para inquirir informaciones. Estas eran buenas; el proceso parecía desarrollarse normalmente. No se habían producido desórdenes ni actos de violencia. Aunque muchas mesas habían demorado más de lo normal en constituirse, lo que era explicable por la inexperiencia de sus integrantes -hacían ya quince años desde los últimos comicios normales-, nuestras informaciones señalaban que a media mañana prácticamente todas estaban legalmente instaladas y funcionando tanto en Santiago como en provincias. Las Fuerzas Armadas, a las que una ley dictada en 1940 -bajo el Gobierno del Frente Popular que encabezó el presidente Aguirre Cerda- encomendaba el resguardo del orden público y de las libertades ciudadanas en días de actos electorales, cumplían su tarea en forma sobria y discreta. 

Los conductos internos partidarios y del comando nos informaban que nuestros equipos de apoderados estaban cumpliendo sus funciones y los encargados de procesar los cómputos y trasmitirlos a nuestras centrales de escrutinios, tanto en el comando como en el partido, estaban listos para realizar su tarea. 

Los observadores extranjeros, cerca de doscientos parlamentarios invitados por la Asamblea Parlamentaria Internacional por la Democracia en Chile y una importante delegación organizada por el Instituto Nacional Demócrata de Estados Unidos -que encabezaban Adolfo Suárez, ex primer ministro de España, y los ex presidentes de la República de Colombia y de Ecuador, Misael Pastrana y Osvaldo Hurtado-, cumplían su misión de actuar por presencia tanto en Santiago como en provincias. 

Pasado el mediodía, las aglomeraciones que se produjeron en los lugares de acceso a muchos recintos de votación empezaron a ponernos nerviosos. Era muy estimulante la afluencia de los ciudadanos, hombres y mujeres, que acudían a sufragar. 

La autoridad regulaba estrictamente el ingreso a los locales donde funcionaban las mesas; las colas eran larguísimas y avanzaban con lentitud. Temíamos que la gente se irritara y empezara a protestar, generando situaciones de violencia, o que muchos se aburrieran de esperar y optaran por irse sin emitir su voto. Felizmente, todo se fue solucionando y, al atardecer, alrededor de las seis de la tarde empezaron a conocerse algunos resultados. 

Aunque las primeras mesas computadas favorecían al SÍ -lo que era previsible- muy pronto empezaron a llegar cifras alentadoras. Pero entre las siete y ocho de la tarde el gobierno nos sorprendió con su primer cómputo oficial, presentado por el subsecretario del Interior, Alberto Cardemil, en el salón de plenarios del Edificio Diego Portales: computadas apenas 79 mesas, menos de un medio por ciento del universo electoral, anunciaba al país y al mundo que el SÍ ganaba al NO por 57,36% contra 40,54%. 

En el comando del NO habíamos acordado no emitir resultados hasta tener contabilizados a lo menos quinientos mil votos, es decir, más de mil doscientas mesas. Ante la manipulación gubernativa, Genaro Arriagada, secretario ejecutivo de nuestro comando, formuló una declaración oficial acusando de irresponsable la conducta del Ministerio del Interior y anunciando que adelantaríamos la entrega de nuestros cómputos. Pasadas las nueve y media de la noche, Arriagada atravesó desde la sede del comando al local en que habíamos instalado el centro de prensa, justo frente al edificio Diego Portales, y leyó nuestros cómputos: escrutados 531.681 votos, el NO obtenía 318.381 votos contra 189.813 del SÍ. 

Pero el gobierno, una hora más tarde, entregaba su segundo cómputo, en que el SÍ continuaba ganando, esta vez por 51,3 % contra 46,5% del NO, en un universo inferior a 200.000 votos. 

A esa altura del día, los escrutinios del centro de computación de nuestro comando nos daban certeza de que estábamos triunfando, corroborada también por los escrutinios del equipo del PDC que encabezaba Eric Campaña y por la información del centro de conteo del Comité de Elecciones Libres, encabezado por Sergio Molina, que daba una proyección de 55,2% para el NO y 42.6% para el SÍ. 

La actitud del gobierno empezó a preocuparnos seriamente. Por una parte, dilataba la entrega de resultados y, a través de la televisión -en particular del Canal Nacional- mantenía la imagen de triunfo del SÍ. Por otra parte, se produjeron hechos inusitados: alrededor de las nueve de la noche el contingente policial que custodiaba el sector céntrico de Santiago fue retirado y las calles quedaron sin protección alguna. Pinochet apareció declarando a periodistas que tenía «informaciones inquietantes. Hay algunas personas que han visto a gente con pasamontañas y con armas…», y se difundió la noticia de que en la zona sur de Santiago habían aparecido vehículos sospechosos. 

Eran antecedentes como para temer cualquier cosa. Y aunque por cauces previamente convenidos nuestros escrutinios estaban siendo comunicados a los generales Matthei, Stange y Gordon, era ostensible que ellos no estaban en La Moneda, donde Pinochet y su equipo de incondicionales tomaban las decisiones. 

Fueron horas de tremenda tensión para mí. Después de medianoche me trasladé al Canal 13, al que había sido invitado de antemano para participar en el programa De cara al país junto a Sergio Onofre Jarpa. Nunca lo he olvidado. Al entrar a la sala de maquillaje me encontré con Jarpa, quien me tendió la mano, diciéndome: «¡Te felicito! Ganaron». Y luego, en el programa ante las cámaras, admitió que la tendencia a favor del NO era clara y pidió que no lo confundieran con el «piño» de los que no lo reconocían. Solo entonces me sentí tranquilo. 

Prácticamente a la misma hora, cuando los comandantes en Jefe llegaban a La Moneda a reunirse con Pinochet, el general Matthei declaró: «Tengo bastante claro que ganó el NO». Fueron dos testimonios públicos provenientes del mundo oficialista -el de Jarpa y el de Matthei-al que se agregó la declaración oficial que leyó Andrés Allamand en nombre de Renovación Nacional, que reconocían la verdad ante el país: ganaba el NO. 

Del canal 13 volví a nuestro comando. Ya la presencia policial en las calles se había normalizado. La Secretaría había preparado un proyecto de declaración que revisamos rápidamente y, cerca ya de las dos de la mañana, atravesamos en grupo a nuestro centro de prensa, que estaba repleto de dirigentes, observadores extranjeros y periodistas nacionales y foráneos. Luego de leer nuestro cómputo: 57,82% para el NO y 42,18% para el SÍ, sobre un total de 4.904,046 votos escrutados hasta ese momento, dijimos que esas cifras expresaban «la voluntad claramente mayoritaria de los chilenos en favor de la democracia… Convocados a votar NO para derrotar a Pinochet y producir los cambios que el país urgentemente requiere para terminar con la confrontación y abrir paso al reencuentro y la reconciliación nacional, el país ha entregado su mandato para que las fuerzas democráticas concuerden con las Fuerzas Armadas y de Orden un camino de transición a una auténtica democracia que nos incluya a todos». Luego de insistir brevemente en el planteamiento de la Concertación sobre el significado del NO y reiterar el «espíritu de búsqueda de unidad e integración de la nación entera» que nos animaba, agradecimos a los chilenos su confianza y los llamamos a mantenerse en sus casas, evitar provocaciones y permanecer vigilantes. 

Entonando todos juntos «Chile, la alegría ya viene», y felicitándonos unos a otros – Ricardo Lagos y yo nos dimos allí un abrazo simbólico de la unidad de la Concertación-, concluimos esa parte de la jornada. 

Pero hasta esa hora todavía el gobierno no reconocía nuestro triunfo. Preocupado, me trasladé junto a Alberto Etchegaray a la casa de los jesuitas en calle Cienfuegos, donde sabíamos que estaba reunido el Comité Permanente del Episcopado. Nuestra intención era pedirles que intervinieran, del modo que consideraran adecuado, para lograr el reconocimiento oficial del triunfo del NO. Alcanzamos a conversar con los obispos Bernardino Piñera, José Manuel Santos y Carlos González, en los mismos momentos en que el ministro del Interior Sergio Fernández, dando fin a su «lucha por la democracia», leía una declaración oficial en la que admitía la derrota del SÍ y, en nombre del gobierno, agradecía «la contundente votación» que había obtenido en las urnas y acataba «los resultados que el país ya conoce». 

Tranquilos luego de este reconocimiento, volví a la sede del partido, repleta de camaradas eufóricos que celebraban la victoria y que me recibieron con vivas muestras de cariño. 

¿Hubo intención, de parte de Pinochet y acólitos, de desconocer el resultado? Los antecedentes que exponen Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda en su libro La historia oculta del régimen militar, dan motivo suficiente para creerlo. Pero lo cierto fue que en definitiva, -por mucho que les haya costado- lo reconocieron. 

Los resultados finales, confirmados por el escrutinio oficial del Tribunal Calificador de Elecciones, revelaron que en el plebiscito habían votado 7.251.943 electores es decir, el 97,72% de los ciudadanos inscritos en los registros electorales, y que el NO había triunfado con el 54,7% de los sufragios, contra el 43,01% del SÍ. 

¡Era el primer fruto del «reencuentro de los demócratas», que abría la puerta para recuperar la democracia que quince años antes habíamos perdido por su desencuentro! 

Ese triunfo nos imponía de inmediato una nueva tarea: reconstruir la democracia en Chile. Para lograrlo deberíamos fortalecer y ampliar ese reencuentro. 

Patricio Aylwin 

El Reencuentro de los demócratas, capítulo 12