Desde la Fundación Aylwin rendimos un homenaje sentido a esa figura noble, de hablar pausado y fuerte, de mirada azul y sonrisa fácil, de ideas profundas y claras, de elegancia sencilla e inquietud inmortal por el acontecer de la patria y del mundo.

Creíamos y queríamos que ella fuera para siempre.

Nos deja la filósofa, la educadora y política, la madre protectora de los hijos más débiles, que no perdió nunca su conexión con el mundo, su interés por participar y su fuerza para contribuir a generar un espacio mejor para todos.

Adelantada a sus tiempos, fue dirigenta de mujeres, luchadora atrevida para conseguir el retorno a la democracia. Compañera leal de su marido Gustavo Lagos, que se jugó por las mismas causas.

Profundamente católica, creía en la necesidad de vivir como hermanos, de generar condiciones de justicia, de democratizar la cultura, y consiguió grandes logros en su paso por la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos.

Nos deja, sobre todo una AMIGA. Desde la juventud hasta el final de la vida, en los buenos tiempos y sobre todo en los malos, Martita y Gustavo recorrieron caminos comunes, de profunda amistad, colaboración y respeto con el expresidente Patricio Aylwin y su señora Leonor Oyarzún.

Qué privilegio haberla tenido tantos años. Qué huella indeleble deja en aquellos que la tuvimos cerca y cuánto aprendizaje podemos obtener al mirar su vida, su fuerza, su convicción, su apego a los principios y su amor al prójimo.

Descansa en Paz Martita. Nos harás mucha falta.