POR LA LIBERACIÓN DEL HOMBRE

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“Por la liberación del hombre”.
A 60 años de uno de los discursos más importantes de Patricio Aylwin

Siendo Presidente Nacional, el 27 de mayo de 1959 Patricio Aylwin inauguró la Primera Convención del Partido Demócrata Cristiano.

“Allí pronuncié el discurso de inauguración titulado ‘Por la liberación del hombre’. Creo que explica todo lo que los democratacristianos intentamos ser. Decía que no estábamos para la transacción política; que nuestra tarea era la liberación de hombre y esto exigía cambiar las estructuras básicas; que queríamos una solución sin odio y que seríamos fieles a la democracia y al pueblo de Chile; que nuestra vocación era cristiana y popular. Esto, hasta ahora, interpreta mi pensamiento más profundo.” (Cavallo, Ascanio; Serrano, Margarita: El poder de la paradoja. 14 lecciones políticas de la vida de Patricio Aylwin).

Las ideas expresadas en este discurso se mantuvieron a lo largo de toda la vida del expresidente, y una y otra vez pueden ser leídas en sus innumerables discursos, declaraciones y entrevistas, evidenciando la consistencia de sus reflexiones y la coherencia entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía.

Presentamos a continuación una reseña documentada de cómo se fue gestando el pensamiento de Aylwin, desde que fuera un adolescente hasta el momento en que escribió el discurso Por la liberación del hombre.

Una enseñanza de testimonios

Las primeras influencias que Aylwin recibió y que son claves para comprender su pensamiento posterior, provienen de sus vivencias y lecturas de adolescente.

“Yo nací en un hogar de clase media… Mi madre era muy católica, pero a su modo. No era lo que en términos corrientes se llama «una beata». Era bastante independiente para determinar la prioridad de sus deberes y entendía cumplir más la voluntad de Dios cuidando a su hijo enfermo que practicando ciertos ritos. Mi padre tenía un gran sentido de la justicia. Él era un hombre de derecho, y era a la vez profesor, tenía ideas generales, y estimaba que la educación no consiste sólo en transmitir conocimientos, sino que, fundamentalmente, en formar la personalidad. Y esto se logra sugiriendo ideales y logrando que la gente tenga hábitos. A uno le cuesta mucho ciertas cosas, pero si se habitúa a cumplir el deber, después no le cuesta nada. Educar es formar el carácter, que se compone de hábitos de vida y de ideales por los cuales luchar.” (Patricio Aylwin, Discurso en encuentro de jóvenes cristianos, enero de 1992).

“Yo me formé en un Liceo, el Liceo de San Bernardo… Y en el Liceo la mayor parte de mis compañeros eran hijos de obreros, de obreros ferroviarios. Y eso fue para mí muy enriquecedor, porque aunque yo era hijo de un profesional, Ministro de Corte, personaje, bueno, yo era igual a estos muchachos que eran hijos de obreros y que eran mis amigos, y muchos de ellos han seguido siendo mis amigos el resto de su vida, y también fueron obreros de la Maestranza de San Bernardo. Esa enseñanza, más que teórica, esa enseñanza de testimonio, me hizo desde niño tener un gran sentido de lo que hoy día llamaríamos «solidaridad social», de respeto por el prójimo, de respeto por los más pobres, de vocación de servir, de servir especialmente a los más pobres.” (Patricio Aylwin, Discurso en encuentro con estudiantes, organizado por la Vicaría de la Pastoral Universitaria, septiembre de 1991).

“En el Liceo de San Bernardo aprendí no sólo a estudiar, sino también aprendí a respetar a mis compañeros, a admirar a mis profesores, aprendí el sentido de la solidaridad, aprendí los valores fundamentales de respeto a la dignidad de toda persona humana.” (Patricio Aylwin, Discurso en visita al Liceo Fidel Pinochet Le Brun, de San Bernardo, junio de 1991).

Conmovido por la realidad que Víctor Hugo describía en Los Miserables y de Lamartine en La historia de los girondinos, y la dura vida de los trabajadores del carbón en Sub Sole y Sub Terra, de Baldomero Lillo, Aylwin se sintió interpelado por el llamado del joven Ariel –el personaje de la novela homónima de Enrique Rodó – a luchar por “una América en que los grandes ideales, de justicia, de amor, de fraternidad, de solidaridad humana, de progreso, fueran los que movilizaran a todas las nuevas generaciones para avanzar hacia la construcción de una América mejor para todos sus hijos”. (Patricio Aylwin, Discurso en ceremonia de inauguración del colegio José Enrique Rodó, de La Florida, agosto de 1992).

La justicia social

En 1936 Aylwin comenzó sus estudios superiores en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. De ese mismo año son sus primeras reflexiones de índole política, algunas de las cuales fueron publicadas en el diario “La Idea” de San Bernardo.

“La realidad de nuestra época es muy diferente a la de ayer. Complicadísimos problemas, engendrados en su mayoría por el Capitalismo Contemporáneo… requieren una pronta solución. Un nuevo espíritu gobierna a las sociedades humanas. Contra el individualismo que hasta ahora presidía todas las relaciones y actividades de los hombres, surge en forma asombrosa una profunda reacción… La vida adquiere hoy un carácter esencialmente social, y este predominio de lo social sobre lo individual se hace cada vez más notable. El mundo requiere de un sacrificio de la libertad económica individual ante los intereses superiores de la colectividad, pues la experiencia nos ha demostrado que el libre juego de los intereses particulares no produce, como lo pensaron los economistas clásicos, el bienestar general. Bajo el régimen imperante, no es la democracia, sino el liberalismo, el que ya ha cumplido su misión… Si juzgamos con estricto criterio lógico, sin apasionamientos ni prejuicios, debemos llegar a la conclusión de que a la Democracia Liberal Individualista que impera en el mundo occidental desde la Revolución francesa, deberá suceder una Democracia Socialista, en la que el Estado, por sobre sus funciones políticas, desempeñe funciones económicas. Los regímenes propuestos por las doctrinas comunista y fascista: la dictadura del proletariado, o la de un jefe todopoderoso, no son, a mi juicio, más que dos medios transitorios, injustos y anti-naturales para realizar el camino de la Democracia Liberal a la Democracia Socialista.” (Patricio Aylwin, La defensa de la democracia, noviembre de 1936).

“La misión de los partidos democráticos consiste precisamente en tratar de cambiar las estructuras, pero sin que medie una guerra civil. Hay muchos intereses creados de por medio, y demasiada intolerancia, egoísmo y ceguera en algunos individuos para que no sea preciso vencer antes una poderosa resistencia. Oponer una cerrada resistencia a todo cambio, atrincherándose en sus posiciones, es una actitud errada. La Historia nos muestra que, cuando a consecuencia de factores de orden económico o social, como en la hora presente, se hace necesaria alguna reforma, toda represión, además de injusta, es perjudicial. La campaña que es preciso poner en movimiento contra esas tendencias debe ser racional y de acuerdo con las normas democráticas. La verdadera política de los partidarios de la democracia consiste en fomentar la formación de una fuerte mayoría que, inspirada en un espíritu social democrático, presenta al pueblo un programa mínimo de acción inmediata, que contemple soluciones posibles para los principales problemas del momento actual, en especial para los que afectan a las clases populares y que pueda ser realizado a corto plazo, cuando la Nación, por medio de elecciones, lleve a esa mayoría al Gobierno. Tal política importa, necesariamente, un sacrificio; pero ese sacrificio es insignificante al lado de la desgracia enorme que significaría la pérdida de la libertad bajo una tiranía nacista, o de la libertad y la propiedad, bajo una dictadura proletaria.” (Patricio Aylwin, La defensa de la democracia II, noviembre de 1936).

Prácticamente diecinueve años tenía Aylwin cuando redactó estos dos artículos. En ellos, aparecen por primera vez conceptos y reflexiones que serán bastante recurrentes en sus posteriores escritos; primero, la crítica a lo que denomina la democracia liberal individualista, principal causa de los problemas que afectan al pueblo. Segundo, la necesidad imperiosa de cambiar las estructuras hacia formas más comunitarias –lo que denomina democracia socialista-, a riesgo de que si ello no se hace, se puede caer en regímenes dictatoriales. Tercero, su férrea defensa a la democracia.

En los meses siguientes, otros artículos de Aylwin fueron publicados en el diario “La Idea”. En ellos, el joven reitera sus anteriores reflexiones, pero lo hace desde una perspectiva más humanista, utilizando un lenguaje y un tono que serán muy característicos de sus futuros documentos.

“Me parece imposible, en la situación actual en que vive el mundo, instaurar un régimen económico de armonía y solidaridad, cuando el aliciente espiritual que mueve a los hombres, no es otro que el de la ambición, el egoísmo y del interés personal. Y creo que es inútil pretender reemplazar este móvil por el del amor, la justicia y el interés colectivo, mientras las condiciones de existencia estén como hoy, no diré fomentando, sino haciendo necesario el egoísmo. La evolución hacia el nuevo orden deberá verificarse gradualmente, tanto en el aspecto material como en el espiritual… Y ese nuevo ideal, si quiere estar de acuerdo con la realidad, deberá también reconocer y tratar de armonizar los dos principios fundamentales: individual y social, que imperan en la vida de los hombres y de las sociedades… Sólo se puede conseguir el verdadero bienestar de un grupo cuando hay un perfecto equilibrio entre las necesidades de la colectividad y las aspiraciones de los individuos, entre los derechos y deberes del grupo y los derechos y deberes de cada uno de sus miembros”. (Patricio Aylwin, Hacia un ideal II, abril de 1937).

El artículo titulado “Hacia un ideal III”, también de abril de 1937, evidencia por primera vez la gran influencia que el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset tendrá en Aylwin; en él aborda dos temas que son recurrentes en los textos del español y que pasarán a formar parte de su ideario, pero especialmente, de su actuar en política: la relación entre el idealismo y el realismo, y la necesidad de encauzar la fuerza de la muchedumbre.

“Para que un sistema cualquiera de ideas: moral, político, económico, religioso, pueda rendir los frutos que de él se esperan, es preciso que se amolde a la realidad sobre la cual le va a corresponder actuar… Un plan de reorganización social será viable si no olvida las circunstancias reales de la vida.”

“Otro hecho importante de nuestro mundo es el aparecimiento de la muchedumbre (la masa), que mira con indiferencia y escepticismo a los dioses y a los genios; desconfía del patriotismo y la capacidad de las minorías selectas; se niegan a reconocer ninguna clase de superioridad; abominan las costumbres y la tradición; y ni siquiera admiten el valor de las razones. El nuevo ideal deberá aprovechar esa fuerza, tratando de dirigirla hacia una meta determinada. Su deber es elevar nuevos valores, que correspondan a una nueva cultura, y que funden su prestigio, no en la fuerza, sino en sus cualidades intrínsecas y en la suma de bien que sean capaces de proporcionar.” (Patricio Aylwin, Hacia un ideal III, abril de 1937).

Durante los años en la universidad, motivado por los ideales de construir un mundo más justo y humano, Aylwin se sintió atraído por las concepciones socialistas, aun cuando muchos de sus amigos –especialmente los de San Bernardo- eran falangistas. Sin embargo, a comienzos de la década del cuarenta, sus reflexiones se verán fuertemente influidas por el pensamiento humanista cristiano, y muy especialmente por la obra de Jacques Maritain y por las encíclicas sociales de la Iglesia.

En 1940 escribe el ensayo “Definiendo posiciones”, que evidencia un pensamiento mucho más elaborado y afín al humanismo cristiano, donde explicita su postura contraria tanto al comunismo como al orden económico imperante, regido por intereses egoístas, que solo buscan el beneficio propio. Frente a estas circunstancias, se pregunta ¿No será, tal vez, más justa y más cristiana una tercera posición ante este problema de nuestro tiempo: reconocer las cosas tales como se presentan, participar de todo lo que en ellas hay de bueno y tratar de encauzarlas en una vía de perfección?

Si queremos ser hombres de verdad, tenemos que optar por la justicia y tender efectivamente a conseguirla. Esto exige comprensión y audacia. Lo primero para captar el fenómeno social que vivimos en su perspectiva histórica: lo segundo, para desprendernos de los prejuicios y egoísmos y darle de veras el aporte leal de nuestro esfuerzo.

Las masas proletarias surgen del seno mismo de nuestra sociedad. Traen savia nueva a este mundo gastado y tienen de su parte mucho de justicia. Les falta sin duda muchas cosa, sobre todo los valores del espíritu. Pero es esto lo que nosotros creemos tener. ¿No será nuestro deber otorgárselos?” (Patricio Aylwin, Definiendo posiciones, 1940).

 

La fuerza de los principios

En junio de 1946, Patricio Aylwin ingresó a la Falange Nacional. En abril del año siguiente, en su calidad de Consejero Nacional, escribió un documento que tituló Definición de una política falangista. Memorándum sobre posición política de la Falange Nacional. Su lectura evidencia a un joven al que no le basta con solo ser militante de un movimiento, sino que necesita aportar a sus definiciones doctrinarias. Devela asimismo un rasgo bastante propio de Aylwin; el carácter pedagógico con que desarrolla sus ideas. Pero lo más relevante de este documento son las definiciones doctrinarias y estratégicas que contiene y que serán la base de su pensamiento y guía de todo su actuar.

En agosto de 1947 Aylwin renuncia como Consejero Nacional. Fue la primera de muchas veces en que optará por no ser parte de una directiva o de un grupo con el que está en desacuerdo en temas que para él no pueden ser abordados en forma antojadiza, dependiendo de las circunstancias y las conveniencias.

En esta ocasión, el punto de discusión fue la relación de la Falange con los partidos populares. En carta dirigida a Ignacio Palma, Presidente del movimiento, le recuerda que a pocos meses de haber ingresado a la Falange Nacional, presentó al Consejo un memorándum “destinado a servir de base o pauta a la discusión. Mientras la consideración de ese memorándum se limitó a los puntos puramente doctrinarios, pareció dar el resultado apetecido de uniformar nuestros pensamientos. Pero cuando tuvimos que abordar los caracteres definitorios de nuestra conducta política inmediata, de nuestra acción práctica como Partido, hemos tácitamente preferido renunciar a la tarea… En una de las últimas sesiones de la Junta Nacional se criticó al Consejo por no haber dado una ‘línea’ al Movimiento; por su incapacidad de definir los objetivos prácticos de acción y la táctica adecuada para conseguirlos. Y no pude sino participar de dichas críticas. El Presidente y el Vice-Presidente, en cambio, las rechazaron categóricamente, sosteniendo la existencia de una ‘línea clara’ y de una estrategia y táctica que ‘se van definiendo día a día’ en la acción misma. Esta línea, que sus sostenedores llaman ‘popular’ y que a mí me ha costado un mundo descubrir… consistiría en ‘estar siempre al lado del pueblo, de los trabajadores’… La idea, indudablemente hermosa, ha inducido a la Falange a incorporarse en forma activa a la acción sindical… Hasta este punto, nada hay que observar… Pero los sostenedores de la ‘línea popular’ han creído que ella exigía, además de esta acción sindical, una conducta política permanente de colaboración con los llamados partidos populares…”

Manifiestamente contrario a esta ‘línea popular’, Aylwin explica que, debido a ella, el falangismo ha perdido su independencia en la política chilena respecto de los bloques de derecha e izquierda, y más grave aún, las relaciones con el Partido Comunista “han importado no solo un error táctico, sino también una desviación, o al menos un olvido doctrinario”. (Carta de Patricio Aylwin a Ignacio Palma en que manifiesta sus diferencias y renuncia como Consejero, 16 de agosto de 1947).

En octubre de ese mismo año, Aylwin define la relación que a su juicio debe tenerse con el Partido Comunista. Lo hace en el contexto de la ola de protestas y huelgas sindicales que están ocurriendo en el país, y donde el Gobierno ha actuado con extrema violencia, declarando una verdadera guerra contra el comunismo, que a su juicio, ha sido completamente errada. En un artículo titulado “La verdad sobre el carbón”, señala:

“Al comunismo debe combatírsele en el terreno de las ideas y en el de la acción. Pero ello ha de hacerse por medios lícitos y morales. Si se le persigue por la vía policial, deteniendo indiscriminadamente a sus dirigentes y militantes –como en estos días se ha hecho-; si se aprovecha en su contra cualquier pretexto, haciendo pagar a justos por pecadores; si al atacarlo se destruye la organización legal de los trabajadores, la acción anticomunista resulta injusta e inmoral y, por añadidura, ineficaz y hasta contraproducente. Nuestra Democracia proporciona medios para defenderla de cualquier enemigo. Las leyes del trabajo dan recursos para impedir los abusos partidistas y de otro orden en los sindicatos, y si esos recursos fueren insuficientes, el legislador puede crear otros mejores. Las leyes políticas y penales, entre ellas la de Seguridad Interior del Estado, permiten defender a la Nación de los que en cualquier forma conspiren contra las instituciones republicanas, y si sus disposiciones no fueren aún bastantes, es posible perfeccionarlas. El Gobierno ha podido durante mucho tiempo emplear estos recursos; pero no lo ha hecho…

Al comunismo se le combate, además, oponiendo a la idea marxista otra idea más verdadera y fecunda, y oponiendo a la acción comunista otra acción efectiva, en el terreno económico social, realizadora de los anhelos de justicia que mueven a los hombres. Es lo que en el mundo están tratando de hacer algunos movimientos socialcristianos, entre los que se cuenta, aquí en Chile, la Falange Nacional. Se trata de actuar en el mismo terreno en que el comunismo se mueve, luchando palmo a palmo con éste por ganar la confianza y la fe de las masas laboriosas para una política de redención popular que dé solución a sus problemas…” (Patricio Aylwin, La verdad sobre el carbón, octubre de 1947).

Un mes más tarde, en una carta dirigida a Monseñor Manuel Larraín, Aylwin reitera esta postura. Su táctica no es la de un estratega oportunista que busca el triunfo fácil y, por lo mismo, efímero. Es la táctica de un político que lleva tiempo reflexionando sobre el “problema comunista”, que ha comprendido la real dimensión que éste tiene y por lo mismo, sabe cómo ha de ser enfrentado. Pero por sobre todo, es la táctica de un hombre profundamente cristiano.

“La lucha contra el comunismo no puede reducirse a una simple guerra contra los comunistas… La lealtad al espíritu cristiano, la razón y la propia conveniencia nos exigen actuar de otra manera. Tenemos que reconocer las causas que hacen posible que el comunismo prenda en el alma de las masas… pero todo esto será inútil si lo hacemos sobre la base del planteamiento de los bandos antagónicos, de los ejércitos en pie de guerra; no sacaremos nada si, encerrados a este lado de la Gran Muralla, estudiamos los problemas, proponemos las soluciones, exponemos nuestras ideas y argumentamos contra el comunismo, porque nuestra palabra no será oída al otro lado de la Muralla y aunque fuera oída, no será creída.

Si mantenemos la Muralla, nuestra palabra será siempre para los del otro lado, la palabra del enemigo. Tenemos, pues, que derribar la Muralla, que romper la línea divisoria, que deponer la actitud bélica y juntarnos los unos con los otros. Si queremos que nuestra verdad sea acogida, tenemos que ponernos al lado de aquél a quien se la llevamos y no podemos limitarnos a lanzársela desde el otro lado para que la coja. Si queremos ser creídos, tenemos que ganar la confianza de aquellos cuya fe solicitamos, y esto solo se logra demostrando con hechos que se es leal.”

La táctica de Aylwin es, como él mismo la define, una táctica de paz, que responde al sentido auténtico del cristianismo, y que aspira no a derrotar al comunismo, sino a redimir a los trabajadores.

“Nos parece (que esta táctica) es la única capaz de realizar los objetivos propios del cristiano, superando a la vez al Comunismo y al Capitalismo. Pero ella exige mucha fe, mucha audacia y mucha prudencia. Fe para permanecer siempre fieles a la propia idea e imponerla sobre las otras por la vía de la convicción. Audacia para penetrar a un campo más o menos desconocido y que nos recibe con desconfianza y servir en él al hombre dando testimonio de verdad y buscando la justicia con honradez, valentía y decisión. Prudencia –que no es lo mismo que timidez ni cobardía- para no dejarse ganar por la solución fácil o simplista, no caer en la demagogia ni favorecer al adversario”. (Carta de Patricio Aylwin a Monseñor Manuel Larraín, 30 de noviembre de 1947).

En octubre de 1951 Aylwin asumió como Presidente de la Falange Nacional, ocasión en la que pronunció un discurso donde reiteró sus convicciones: “Una idea esencial ha de presidir ahora, más que nunca, nuestros pensamientos y conductas: somos servidores de una causa a la cual nos hemos entregado por mandato de nuestras conciencias. Estamos tratando de cumplir nuestro deber de hombres cristianos. Estamos luchando por la redención del proletariado. Estamos en el esfuerzo de construir un mundo justo y humano, en el que los trabajadores tengan la dignidad moral y material que les corresponden… Tenemos que buscar, no solo para el futuro, sino también para el presente, lo mejor dentro de lo posible. Pero al hacerlo, no podemos tampoco olvidar nuestro destino, dejar de mano nuestra tarea histórica, ni poner en peligro el porvenir de nuestros ideales.” (Discurso de Patricio Aylwin pronunciado al asumir como Presidente Nacional de la Falange Nacional, octubre de 1951).

 

Un hombre de partido

Los setenta años como militante democratacristiano avalan el convencimiento de Patricio Aylwin de que los partidos políticos son imprescindibles en una democracia. Solo cuando ejerció la Presidencia de la República, entre 1990 y 1994, optó por suspenderla, como muestra de que era realmente el Presidente de todos los chilenos.

Las elecciones presidenciales de 1952 fueron, a juicio de Aylwin, una dura derrota para los partidos políticos, incluida la Falange Nacional. Así se lo hace saber a Pedro Videla, militante falangista, en una carta fechada el 14 de septiembre. “Esto representa o significa que la mayoría de los chilenos han perdido la confianza en los Partidos. La verdad es que tal fenómeno tiene sus causas; los Partidos son, por naturaleza, los conductores de la opinión pública; su misión es encauzar la acción cívica de los habitantes de un país de acuerdo o en función de sus ‘ideales’. Los Partidos existen para ‘servir ideas’, ‘principios’, ‘doctrinas’. En los últimos tiempos, los Partido chilenos, cual más, cual menos, han olvidado o preterido esta función. Las múltiples y sucesivas combinaciones de Partidos, de ideas y principios antagónicos, que se han sucedido en el Poder haciendo más o menos las mismas cosas, echándose los mismos barros, han derrumbado su autoridad moral. La gente ha terminado por perder la fe en ellos. Esta pérdida de fe ha llegado también a los militantes, que entraron a un Partido para servir ciertas ideas que han visto olvidadas por las Directivas…”

“Los Partidos Políticos son el vehículo necesario para dirigir la vida pública en una Democracia. Si recuperan su verdadero rol adoptando actitudes limpias y consecuentes con sus principios, de servicio a ideales y no intereses, y sus dirigentes ‘viven’ conforme a las ‘ideas’ que sus Partidos proclaman, creo que el golpe recibido puede, lejos de ser fatal, ser provechoso al determinar una depuración y un renacimiento.” (Carta de Patricio Aylwin a Pedro Videla, militante falangista de San Bernardo, 14 de septiembre de 1952).

En octubre de 1954 Aylwin escribió un extenso artículo sobre el estatuto de los partidos políticos, publicado en la revista “Política y Espíritu”. Tras definir lo que son y el rol que cumplen, señala: “Las ideas, la doctrina, es lo esencial en un partido. Ellas determinan su ‘declaración de principios’, que es a la vez, el fundamento de ‘su programa’.” (Patricio Aylwin, El estatuto de los Partidos Políticos, 1 de octubre de 1954).

Tres años más tarde, el 28 de julio de 1957, se funda el Partido Demócrata Cristiano. En el primer punto de su Declaración de Principios, se lee: “El Partido Demócrata Cristiano tiene por misión realizar una verdadera democracia, en la que el hombre pueda obtener su verdadero desarrollo espiritual y material. En esta tarea de liberación humana, da expresión a una política inspirada en el concepto cristiano de la vida, que impulsa el ascenso de las fuerzas populares tendientes a transformar las estructuras de la sociedad de nuestro tiempo. Sus aspiraciones forman el patrimonio común de quienes trabajan por la dignidad y el progreso del hombre, y para llevarlas a efecto llama a todos los chilenos.” (Declaración de Principios del Partido Demócrata Cristiano, 28 de julio de 1957).

En la segunda Junta Nacional del Partido, realizada el 11 de octubre de 1958, Aylwin fue elegido Presidente Nacional. En su intervención previa al acto eleccionario, reiteró una vez más, “que nuestro Partido es un Partido de principios y no oportunista, por lo que su política debe ser determinada por principios y no por condiciones externas. Tenemos una tarea; nuestra meta no es conquistar el poder, sino realizar nuestros principios. Si aspiramos al Gobierno es para mejor desarrollar nuestros fines. Por eso estimo que no debemos buscar aliados para ejercer hegemonía, sino en cuanto nos faciliten la labor de lograr la realización de los principios.” (Acta de la Segunda Junta Nacional, 11 de octubre de 1958).

En noviembre de 1958 Aylwin escribió una carta de bienvenida a los nuevos militantes. Junto con expresarles su agradecimientos, insiste en la necesidad de actuar en política desde las filas partidistas; “… para gobernar a una Nación en nuestros tiempos –y no limitarse a administrarla-, no basta con hombres capaces y honestos, de buena voluntad; además de eso, se precisan ideas claras y firme apoyo popular, lo cual solo puede lograrse a través de un movimiento que responda a concepciones y principios que den expresión a los anhelos profundos del hombre y sean efectivamente vividas por quienes creen en ellos. De aquí la ineficacia… del independentismo político. Por muy respetable que sea la posición de los independientes, carecen del fermento aglutinante de una concepción ideológica capaz de aunar sus esfuerzos y concitar a su alrededor nuevas adhesiones más allá de objetivos meramente circunstanciales… Para seguir sirviendo de manera permanente los ideales de bien público que os llevaron a respaldar con tanto vigor la reciente postulación presidencial de Frei, el medio más adecuado es la efectiva incorporación a los cuadros orgánicos y disciplinarios del Partido político que, a juicio de cada cual, interpreta mejor esos ideales.” (Carta de Patricio Aylwin en que da la bienvenida a los nuevos militantes del Partido, noviembre de 1958).

En su primera cuenta al Partido como Presidente Nacional, tres meses antes de pronunciar su discurso sobre la Liberación del hombre, Aylwin hizo un llamado a la unidad partidaria; “Es evidente que hay militantes que no concuerdan plenamente con la orientación de la política seguida por el Consejo en cumplimiento de los acuerdos de la Junta Nacional. A nuestro juicio, nada aconseja –a tan corto plazo de decidida esa política- entrar a revisarla, máxime cuando en tres meses la Convención o Congreso del Partido deberá pronunciarse sobre la materia.

Ahora bien, cualesquiera que sean nuestros puntos de vista internos sobre lo que es más conveniente decidir en la Convención de mayo próximo, todos debemos actuar hacia el exterior como un solo hombre… En estas circunstancias, el P.D.C. necesita más que nunca, una unidad monolítica. Somos un Partido de gran unidad doctrinaria, pero hay entre nosotros muchos ‘políticos de la hora del té’, aficionados a criticarlo todo y prontos a convertirse en generales después de las batallas. Hay también dirigentes y aún parlamentarios, a quienes cuesta mucho sacrificar sus personales puntos de vista en aras de la política decidida por el Partido. Este tiene derecho a exigir a todos sus militantes y en especial a aquellos a quienes ha destacado, el mínimo sacrificio de no exteriorizar hacia afuera opiniones que nuestros adversarios magnifican y aprovechan para hacernos aparecer divididos por discrepancias que en realidad son secundarias o no existen.” (Informe presentado a la Junta Nacional del Partido Demócrata Cristiano, 17 de enero de 1959).