Transmisión de mando presidencial

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«Chile vuelve a la democracia y vuelve sin violencia, sin sangre y sin odio.
Vuelve por los caminos de la paz»

Patricio Aylwin
11 de Marzo de 1990

La Fundación Patricio Aylwin conmemora este 11 de marzo los 30 años desde que Patricio Aylwin asumiera la primera magistratura de la nación.

“En este momento crucial de nuestra vida nacional, yo invito a todos y a cada uno de mis compatriotas a preguntarse, mirando al fondo de su conciencia, de qué manera cada uno puede contribuir a la gran tarea común y a disponerse cada cual a asumir su cuota de responsabilidad.”
Patricio Aylwin, discurso en el Estadio Nacional, 12 de marzo de 1990

Revisa aquí el video con las imágenes del cambio de mando presidencial.

Revisa aquí el Programa de la transmisión de mando presidencial.

La imagen de Augusto Pinochet alejándose por el pasillo del Congreso Nacional después de haber entregado el mando al presidente Aylwin, elegido democráticamente por la mayoría absoluta de los chilenos, marca un hito en la historia nacional. Tras diecisiete años de dictadura militar, Chile iniciaba la transición a la democracia, y lo hacía por los caminos de la paz.

En ese entonces, reinaba en el país un espíritu de esperanza y buena voluntad entre los chilenos. La gran mayoría se sumó a la búsqueda de acuerdos, al diálogo, al respeto de las posiciones discrepantes, y a la solución a los problemas más urgentes: la reducción de la pobreza –que bordeaba el 50% de la población-; la aplicación de una legislación laboral más justa; el reconocimiento de los pueblos indígenas; la protección del medio ambiente; el restablecimiento de la instituciones democráticas; la reinserción de Chile en la vida internacional; y la búsqueda de la verdad de lo ocurrido con las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, y así posibilitar que los familiares pudiesen conocer el destino de quienes habían sido víctimas de las atrocidades cometidas, y se iniciara un camino que permitiera actuar a la justicia.

Esta conmemoración acontece en momentos en que nuestro país enfrenta una grave crisis: las grandes mayorías se encuentran disconformes con la manera en que se desenvuelve nuestra sociedad, especialmente por las desigualdades persistentes y los abusos que han quedado manifiestos en los últimos años. El sistema político no ha sido capaz de ofrecer respuestas oportunas a los requerimientos de mayor inclusión, justicia y equidad que reclama la población, lo que ha generado diversas manifestaciones de desaprobación y descontento, que han derivado en una espiral de violencia que, aunque rechazada por la inmensa mayoría, se retroalimenta con actuaciones ineficaces e inadecuadas que atentan gravemente contra los derechos humanos.

En este momento de crisis, conmemorar el inicio del periodo del gobierno presidido por Patricio Aylwin cobra un nuevo sentido, ya que nos permite rescatar los principios y valores que lo inspiraron, y que, más allá de la crítica que se ha hecho de ellos, consideramos pueden ser muy relevantes para abordar los desafíos que Chile enfrenta hoy.

En primer lugar, la convicción de que la construcción de un nuevo Chile es posible. Después de diecisiete años de dictadura había un gran escepticismo de que fuera posible un nuevo tipo de convivencia entre los chilenos, en que imperaran el respeto, el diálogo, el reencuentro, los acuerdos entre sectores de la sociedad que parecían irreconciliables. Sin embargo, la convicción de que todo ello era posible, hizo que los chilenos se unieran en torno a un mismo objetivo: construir una patria justa y buena. Ciertamente las circunstancias de hoy no son las de 1990, pero creemos que, con la misma convicción y los mismos principios, es posible enfrentar los desafíos actuales, de modo de hacer que los cambios que requiere nuestra sociedad se hagan incorporando las aspiraciones más sentidas por nuestros compatriotas.

En segundo lugar, la convicción de que la tarea de lo que se está por construir es tarea de todos, sin exclusiones, lo que exige sentirnos parte de un destino común, en que cada uno haga su aporte, y en que prime el interés general sobre los intereses particulares. Chile lo hacemos todos, y los chilenos no estamos dispuestos a tolerar privilegios abusivos.

En tercer lugar, el ejercicio del diálogo permanente y la búsqueda de acuerdos, que exige no tan solo una disposición a escuchar y respetar las distintas voces que se alzan en nuestra sociedad, sino que también renunciar a la intolerancia, la descalificación y a toda y cualquier forma de violencia. Un nuevo Chile inclusivo y justo no nacerá ni por la imposición de la violencia de quienes destruyen nuestras plazas, iglesias, monumentos, estaciones de metro e infraestructura; tampoco por la violencia que ejercen las fuerzas policiales en forma atentatoria de los derechos humanos. Si bien el monopolio de la fuerza lo detenta el Estado, esta debe ser ejercida en forma controlada y racional, de acuerdo con los protocolos que corresponden para impedir su uso abusivo, lo que ciertamente evitaría cualquier riesgo de que las personas vieran afectados sus derechos fundamentales.

En cuarto lugar, la convicción democrática, en el sentido de que el ejercicio libre e informado de los derechos políticos de los ciudadanos es el único camino para resolver las diferencias y opciones que se presentan en nuestra sociedad. Cualquiera que sea la decisión de los ciudadanos, expresada en procesos electorales llevados a cabo con transparencia, es la voz de Chile, que no puede ser desoída o desconocida. Lo anterior es plenamente aplicable al proceso por la paz y una nueva constitución que se encuentra en marcha, el cual ha sido acordado por un amplio espectro político y social, a través del cual se busca construir un nuevo pacto social expresado en una nueva constitución que establezca las bases de la convivencia y el desarrollo de nuestra sociedad para las décadas venideras.

Como lo hicimos durante el primer gobierno democrático después de la dictadura, encabezado por el presidente Patricio Aylwin, confiamos en el futuro de Chile, en sus nuevas generaciones, en los cambios que se deben introducir en nuestra convivencia para corregir las injusticias y los abusos, y rescatamos los valores que inspiraron dicho gobierno: justicia, equidad, tolerancia, diálogo, rechazo a la violencia, cualquiera sea su origen, rechazo a las violaciones a los derechos humanos, búsqueda de acuerdos, espíritu de reencuentro, y en especial, convicción de que Chile es uno solo, nos pertenece a todos los chilenos y que en conjunto debemos construir nuestro futuro en que todos nos sintamos hijos de la misma patria.

Miguel Aylwin O.
Presidente de la Fundación Patricio Aylwin

Al amanecer del 11 de marzo, recuerda don Patricio, llegaba el día de asumir las responsabilidades que la decisión mayoritaria del pueblo chileno nos había confiado.

La ceremonia de trasmisión del gobierno tendría lugar a mediodía en sesión solemne del Congreso Nacional, en la nueva sede –aún no terminada- que el Gobierno militar dispuso edificar en Valparaíso.

 

Esa mañana, en la residencia de Cerro Castillo, el párroco del lugar, don Ángel Pascual -un sacerdote español de cordial humanidad y simpatía, que la tarde anterior, tan pronto llegué el lugar, nos había visitado para darnos su bienvenida como nuevos feligreses de su parroquia- ofició una misa en la que participamos tanto mi familia como varios de mis ministros y colaboradores con sus cónyuges, para invocar la ayuda divina para Chile y su nuevo gobierno.

Consciente de mis limitaciones personales y de la magnitud del desafío, yo sentía que me sería indispensable.

Momentos después, cuando ya estaban presentes todos los ministros, Jesús Inostroza –que nos había acompañado durante el proceso electoral tomando fotos para “La Época” y que ese día asumía como fotógrafo oficial de la Presidencia- nos tomó en los jardines de Cerro Castillo la primera fotografía oficial del nuevo Gobierno. Como el suelo estaba blando, la silla de Enrique Krauss se hundió bajo su peso, lo que lo hizo aparecer disminuido en estatura y provocó general hilaridad.

Luego, Carlos Klammer, flamante jefe de Protocolo, dispuso lo necesario para el eficiente y oportuno traslado de los asistentes a la ceremonia en Valparaíso; primero las señoras y familiares de los ministros, luego los míos, a continuación los flamantes ministros en orden inverso a su ubicación protocolar y, por último, Enrique Krauss y yo, acompañados por el edecán militar.

Al llegar al Congreso, precedido por mis ministros, fuimos acogidos por las tradicionales comisiones de recepción, formadas por senadores y diputados de todos los partidos, y luego se nos hizo ingresar a una pequeña sala ubicada al lado derecho de la entrada, donde debíamos esperar la apertura de la sesión.

A los pocos minutos sentimos los acordes del Himno Nacional ejecutado por las unidades militares formadas frente al edificio; llegaba el general Pinochet, quien recibió sus últimos honores como jefe de Estado y, luego de ser recibido por las mismas comisiones de parlamentarios, hizo entrada al hemiciclo, seguido de sus ministros, en medio de tan encontradas como ruidosas manifestaciones de partidarios y adversarios.

Logrado el silencio al cabo de algunos minutos, Gabriel Valdés -que momentos antes había sido elegido presidente del Senado- declaró abierta la sesión. Luego de que se dio lectura al oficio del Tribunal Calificador de Elecciones que me proclamaba electo, el secretario del Senado Rafael Eyzaguirre concurrió a la sala donde yo estaba esperando, para invitarme a que me incorporara a la sesión. Acompañado de dicho secretario y seguido por mis ministros y edecanes, ingresé al hemiciclo y avanzamos lentamente hacia la testera en medio de entusiastas aplausos de los partidarios y del silencio de los demás. Tras saludar a Gabriel Valdés, al general Pinochet, a José Antonio Viera-Gallo y al secretario de esta Corporación, todos tomamos asiento, quedando yo entre Pinochet y Viera-Gallo.

A continuación, el presidente del Senado me tomó el juramento o promesa que la Constitución prescribe de “desempeñar fielmente el cargo de presidente de la República, conservar la independencia de la nación y guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes”, a lo que contesté, con la mano derecha sobre el corazón: “Sí juro”.

Acto seguido, Pinochet se sacó la banda tricolor, que pasó a uno de sus edecanes y Valdés procedió a colocarme la que yo usaría durante mi mandato. Luego del cordial abrazo de Gabriel y el saludo protocolar de Pinochet, este me hizo entrega de la piocha de O’Higgins –réplica, según me han explicado, porque la original se habría perdido en el bombardeo de La Moneda el 11 de Septiembre del 73- diciéndome que ella, más que la banda tricolor, era el símbolo del mando. A continuación, el general y yo cambiamos de lugar, quedando yo al lado de Valdés y él a mi izquierda, contiguo a Viera-Gallo.

De pie todos, en el presídium y en la sala, mientras la mayoría de los parlamentarios y del público asistente vitoreaba con entusiasmo, consciente yo de la trascendencia histórica de ese acto cívico, mirando a Pinochet y luego a la asamblea, me nació del subconsciente un espontáneo gesto de alzar los hombros y levemente las manos, como diciendo “¡las vueltas de la vida! ¡Quién lo habría imaginado!”.

En verdad, aunque mi abuelo materno Eliseo Azócar me decía cuando niño que yo llegaría a ser presidente de la República –lo que también decía a casi todos sus nietos- nunca esa posibilidad entró en mi planes de vida. Si a partir del triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre del 88 luché por conseguirla, fue porque la entendí como una misión que la circunstancia histórica ponía en mi camino. Y ese 11 de marzo, al ser investido como presidente de Chile, junto al peso de la responsabilidad que asumía y a la decisión de entregarme por entero a la tarea, no podía ocultar mi asombro ante lo que estaba viviendo.

Luego de retirarse Pinochet y sus ministros –entre aplausos y abucheos- y del juramento de los nuevos ministros, salí yo seguido por estos, en medio de la algarabía de los entusiastas partidarios.

Ver: Lista de Ministros de Estado que asumieron el 11 de marzo de 1990 

Ver: Currículum Ministros de Estado

Al descender la escalinata del edificio, antes de subir al viejo automóvil descubierto en que me trasladaría, recibí el saludo del jefe de las Unidades de las Fuerzas  Armadas que  participaban  en  la  ceremonia –encabezadas por las Escuelas de las cuatro instituciones-, quien acto seguido ordenó los honores correspondientes. 

De pie en el vehículo que avanzaba lentamente, entre las tropas que rendían honores a los acordes del Himno Patrio y  la multitud de partidarios que vitoreaba entusiasmada y cariñosa, afirmándome como podía para mantenerme en pie y saludando a lado y lado, con especial atención a los estandartes de las unidades castrenses, ese momento de euforia me mostraba la magnitud del triple desafío que ese día asumía ante la historia: satisfacer los anhelos de cambio, libertad, justicia y bienestar que expresaban los entusiastas manifestantes; obtener el leal acatamiento y cooperación de las Fuerzas Armadas al orden constitucional de la República; y lograr en los cuatro años de mi mandato un progreso substancial de Chile en los caminos del desarrollo y de la democracia.

Tan pronto llegamos a Cerro Castillo, tuvo ahí lugar una nueva ceremonia: el saludo de los gobernantes extranjeros y las autoridades nacionales. Y luego de un descanso, a media tarde partimos hacia Santiago. Antes de llegar a Pajaritos nos cambiamos nuevamente al automóvil descubierto en el que, otra vez de pie, nos dirigimos hasta La Moneda en medio de una multitud que saludaba entusiasmada. Como se habían producido algunos incidentes –según se nos explicó- la escolta motorizada de Carabineros impuso al cortejo, por razones de seguridad, un ritmo acelerado que me hizo más difícil mantenerme de pie en el vehículo y responder a los saludos de la gente.

Así llegamos hasta La Moneda, desde uno de cuyos balcones saludé a la multitud allí congregada, con las palabras que me brotaron espontáneas.

Ver: Discurso de S.E. de la República desde los balcones del Palacio de La Moneda.

Las ceremonias de ese día culminaron al anochecer con una función de gala en el Teatro Municipal de Santiago. Confieso que no recuerdo nada de ese acto, salvo que la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Max Valdés, hijo de Gabriel, interpretó la Novena Sinfonía de Beethoven.

Al día siguiente, recuerda don Patricio, las celebraciones continuaron con el tradicional Te Deum Ecuménico en la Catedral de Santiago, a las nueve de la mañana.

 

 

Luego, a las once del día, en mi primer acto oficial en La Moneda, recibí la visita de todas las delegaciones extranjeras a la trasmisión del mando y enseguida ofrecí un almuerzo privado en honor de los jefes de Estado y de Gobierno que nos honraron con su asistencia.

Pero lo más significativo y emocionante vino en la tarde de ese lunes, en el Estadio Nacional.

 

Fue una gran concentración popular, con más de setenta mil personas, que presenciaron, aplaudieron y se conmovieron con un espectáculo que, bajo el nombre “Así me gusta Chile”, procuró expresar la alegría del pueblo chileno por su reencuentro con las democracia, recordar a las víctimas de la represión dictatorial -rindiendo homenaje a los desaparecidos y solidarizando con el dolor de sus familiares-, afirmar la vocación libertaria del pueblo chileno y expresar el compromiso de todos con la patria.

Fue un espectáculo de profundo sentido humano y excelente calidad artística que conmovió no solo a la multitud reunida en el Estadio Nacional –entre ella los representantes de las naciones amigas que no s honraron con su concurrencia a la asunción del nuevo Gobierno- sino también a los millones de chilenos que lo observaron por televisión.

 

 

Los organizadores del evento decidieron que el acto se iniciara con mi ingreso al estadio, pero no por el acceso a las tribunas oficiales, ubicadas al poniente del mismo, desde las cuales presidiría la celebración, sino por el acceso de su costado oriente, de modo que Leonor y yo nos incorporamos al evento atravesando solos la cancha central del estadio, a los sones del Área de la Libertad de Nabuco y en medio de los aplausos y vítores de la multitud. Fue un momento de inmensa emoción, en que sentí muy profundamente la alegría esperanzada y el cariño de la gente y el peso de la responsabilidad que asumía.

En el curso de esa hermosa y significativa fiesta pronuncié el discurso que había preparado cuidadosamente para mi asunción al gobierno. En él procuré definir, con la mayor claridad y precisión, mi compromiso con el pueblo de Chile.

Ver: Discurso de S.E. de la República en el Estadio Nacional. 

En la noche, el presidente Aylwin y su señora, Leonor Oyarzún, ofrecieron una recepción en el Patio de los Naranjos del Palacio de La Moneda. A ella asistieron cerca de tres mil personas.

La jornada del 13 de marzo se inició a las 8:30 en el Palacio de La Moneda, donde el presidente Aylwin se reunió con el senador Edward Kennedy. Hasta las 17:30 el mandatario recibió a más de quince autoridades internacionales.

Ver: Audiencias del 13 de marzo de 1990

 

Durante el día, el primer mandatario hizo unas breves declaraciones a los medios de prensa nacionales y se reunió con diversos representantes de medios de comunicaciones extranjeros, a quienes respondió una serie de preguntas relativas a América Latina, la permanencia del General Pinochet en la Comandancia en Jefe del Ejército, las violaciones a los derechos humanos, el programa de gobierno, y otros temas.

Ver: Declaraciones Palacio de La Moneda, 13 de marzo de

Ver: Conferencia de prensa medios extranjeros, 13 de marzo de 1990

 

Finalmente, el 13 de marzo el presidente Patricio Aylwin se reunió con dirigentes de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, a quienes expresó su agradecimiento y especial interés en ser el presidente de todos los chilenos, pero sobre todo, “de aquellos chilenos que más lo necesitan.”

Ver: Intervención de S.E., el Presidente de la República, en reunión con la CUT, 13 de marzo de 1990