A 38 años del fallecimiento de Claudio Orrego Vicuña, la Fundación Patricio Aylwin conmemora a un hombre que luchó por los valores de la dignidad, la libertad y la superación del ser humano. 

Reproducimos aquí algunos extractos del discurso que el presidente Aylwin pronunció en la V Conferencia “Claudio Orrego Vicuña” el 12 de junio 1990.

 

 

 

 

  • La cordialidad humana de Claudio, su alegría de vivir, la autenticidad y la transparencia que demostraba en todas sus actuaciones, su entusiasmo vital, su espíritu de lucha, su inteligencia siempre ágil, despierta, la elocuencia de su palabra eran, sin lugar a dudas, características que irradiaban en torno a quienes tuvimos el privilegio de convivir con él un hálito especial.

 

  • Claudio Orrego fue un hombre que puso su persona al servicio de valores superiores, de ideales; que entregó su vida a una causa superior a sí mismo, que no vivió para sí, sino construyó una vida para servir.

 

  • Para un cristiano, nuestra tarea es «buscar el Reino de Dios y su justicia». Sin duda Claudio Orrego entendió así su vida. Su vida tan rica, tan corta pero tan fecunda, fue un esfuerzo constante de buscar el Reino de Dios y su justicia; fue un esfuerzo inteligente, perseverante, entusiasta, cordial, humano, para construir en nuestro Chile una Patria mejor, una Patria más justa, más solidaria, más fraterna, más libre.  Fue un luchador que partiendo de la realidad de nuestro Chile, quiso mejorarlo, construir una sociedad mejor.

 

  • Para estos jóvenes, que son tantos en nuestro Chile de hoy, yo quiero señalar el ejemplo de Claudio Orrego y de muchos de sus compañeros de su generación. Fue la suya una generación que creyó que era posible construir un mundo humano, que supo hacer una jerarquía de valores y distinguir el mero goce de las satisfacciones personales del goce superior de las tareas trascendentes. Fue una generación capaz de luchar, capaz de sufrir fracasos y desalientos y no por ello sentirse derrotados. Fue una generación que sintió muy hondamente el drama de la división económico-social de nuestro pueblo, que sintió cuán falsamente o vanamente se denomina cristiana una sociedad en la cual el cristiano solía ser meramente formal y no se traducía en la realidad de la vida. Que sintió como un clamor la necesidad de cambios estructurales que hicieran a nuestra Patria más justa y más solidaria para todos. Y que luchó con denuedo, con tesón, con apasionamiento, a veces con exceso de ideologización, pero siempre con idealismo y generosidad, por cambiar esa realidad y construir un Chile verdaderamente humano para todos los chilenos.

 

  • Claudio no solo fue un testimonio vital maravilloso, sino que fue, al mismo tiempo, un -yo lo diría, perdóneseme la palabra- un «paridor de ideas», un gestador de ideas y divulgador entusiasta de las mismas. Sus «ideas fuerza» son aleccionadoras: en primer lugar, un gran amor a Chile, a través de su historia. Claudio Orrego se agarraba de las raíces históricas de nuestro Chile, las amaba y sacaba lecciones de ellas.  En segundo lugar, el tema de la injusticia social y la necesidad de superarla. Frente a los problemas que generan los desniveles económico-sociales, la falta de oportunidades a los pobres, los quiebres en la sociedad chilena como fruto de estructuras económico-sociales injustas, Claudio planteaba como imperativo moral la exigencia de encontrar fórmulas para superar esa injusticia. Un tercer tema que le preocupaba era el de la violencia y el terrorismo. Los rechazó del modo más categórico. La violencia significaba para él la negación de la razón y un camino que conducía siempre a mayor violencia. Creía firmemente que por esos caminos no se llegaría jamás a construir una sociedad justa, ni a liberar al hombre, sino que, simplemente se conducirá cada día a mayor represión y a mayor opresión.

 

  • Otro valor en que Claudio insistió mucho fue la solidaridad, la importancia y la eficacia social de la solidaridad como base fundamental para construir una sociedad en que haya más justicia. 

 

  • Otro gran tema que le preocupaba era la búsqueda de la paz, por medio del reencuentro. Y eso no solo era en él una aspiración racional, sino a la vez un imperativo moral. Pero para él, la paz no era incompatible con la lucha. El luchaba con coraje, con fuerza, y como tal combatía y tenía adversarios. Pero, al mismo tiempo, lo hacía con un espíritu de paz que lo llevaba a tender la mano al adversario, a no tener enemigos, a respetar siempre al prójimo.  

 

  • Por último, Claudio tenía gran confianza en la razón. Creía que los seres humanos somos capaces de superar nuestras diferencias, sin acudir a la fuerza. Por algo y para algo, Dios nos dio la razón.

 

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