COLECCIÓN MUSEOGRÁFICA FUNDACIÓN AYLWIN – OBJETO DEL MES

En abril de 2001 la Universidad de Notre Dame otorgó este premio a Patricio Aylwin, en reconocimiento a su conducta como servidor público en América Latina.

Hace 21 años Patricio Aylwin invitó a reflexionar sobre los desafíos que la humanidad enfrentaba. Centrado en la realidad de América Latina hizo un urgente llamado a corregir nuestro andar. Hombre de espíritu positivo, confiaba en la “capacidad de los seres humanos para sujetar su conducta a la razón, para concebir nobles ideales y para ser fieles a ellos”. El por entonces octogenario líder mantenía “ese optimismo juvenil que sueña con cambiar el mundo y lucha por hacerlo”.

Compartimos a continuación algunos extractos del discurso que Aylwin pronunció en dicha ocasión, en que hace un llamado a la urgente necesidad de que se avance, con el esfuerzo de todos, por el camino de un desarrollo humano integral.

 

La pobreza en América Latina

“Según recientes estudios de CEPAL, el número de latinoamericanos y caribeños que viven en situación de pobreza, que a comienzos de la década pasada se estimaban en ciento noventa y seis millones de personas, ha aumentado a doscientos veinte y cuatro millones; las situaciones de pobreza extrema, discriminación étnica, segregación residencial y violencia en las ciudades se mantienen o aumentan; la mayor parte del empleo se genera en el sector informal y en varios  países los salarios son inferiores a los de la década anterior”.

“Estas realidades, injustas y dolorosas -que no pueden sino interpelar severamente a nuestras conciencias- ponen en tela de juicio el optimismo triunfalista que prevalece –al menos en el mundo occidental- desde la caída del muro de Berlín. Hasta entonces, la Humanidad vivía en una pugna entre dos modelos o proyectos de sociedad cuyos ejes centrales eran, de una parte, la democracia en lo político y el mercado en lo económico, mientras que de la otra se postulaban la economía centralmente planificada y la dictadura del proletariado. La caída de los regímenes comunistas simbolizó el triunfo de la libertad sobre la tiranía, de la democracia sobre el totalitarismo, del mercado sobre el Estado. Pero, ¡cuidado! No significa que se acabaron los problemas de la Humanidad, ni menos –como algunos lo afirmaron con ingenua pretensión- que hubiéramos llegado al ‘fin de la historia’”.

“Las interrogantes que el mundo de nuestros días enfrenta –tanto en el plano económico como en el político, pero especialmente en el orden social y en el moral- nos plantean nuevos desafíos que debemos enfrentar con humildad”.

 

Medio Ambiente

“Por otro lado, estamos viviendo –sin que mucha gente se dé cuenta ni se tome en serio su peligro- un proceso de grave deterioro del medio ambiente, explotación indiscriminada de recursos naturales agotables y falta de respeto a la biodiversidad, fenómenos que nos amenazan con funestas consecuencias para la Humanidad y que afectan especialmente a los países en desarrollo”.

 

Tener o Ser

En otro plano, los atractivos del mercado, exacerbados por la propaganda, aumentan las necesidades de la gente, multiplican el número de los deudores agobiados y conspiran contra la necesidad de incrementar el ahorro, tan importante para impulsar el desarrollo.  De las “economías de mercado” –sin duda, eficientes para crear riqueza pero injustas para distribuirla-, estamos pasando a “sociedades de mercado”, en las que prevalece una cultura  materialista en la que el “tener”  vale más que el “ser”, que convierte a las personas en esclavos de las cosas y que genera una especie de nueva idolatría que me recuerda la adoración del becerro de oro con que su pueblo traicionó a Moisés.

 

El desafío de la consecuencia

“Pienso que estas características del mundo en este momento histórico de cambio de milenio plantean a todos los humanistas y, en particular a quienes procuramos ser cristianos, la necesidad de preguntarnos hasta qué punto esta realidad es compatible con los principios y valores que profesamos.  ¿Imperan en la convivencia humana de nuestros días esos pilares de justicia, amor y libertad sobre los cuáles, según nos enseñó Juan XXIII, ha de construirse la paz?  ¿Podemos, en consecuencia, esperar tranquilos que esa “suprema aspiración de los seres humanos” que es la paz, prevalezca y se consolide?

Me duele mucho tener que contestar negativamente estas preguntas.  Pero creo que sería torpe o al menos ingenuo creer que se pueda consolidar una paz sólida y estable entre los hombres mientras siga prevaleciendo tanta injusticia, tanta desigualdad, tanto abuso de los poderosos sobre los débiles, tanto egoísmo, tanta codicia, tanto culto a la riqueza y tanto atropello a la dignidad humana como los que exhibe a diario este mundo en que vivimos”.

 

Cambiar el mundo

“Pero este juicio crítico no significa pesimismo.  Porque tengo fe en la capacidad de los seres humanos para sujetar su conducta a la razón, para concebir nobles ideales y para ser fieles a ellos, sigo teniendo ese optimismo juvenil que sueña con cambiar el mundo y lucha por hacerlo.

Es lo que planteó, hace un tercio de siglo, el Pontífice católico Paulo VI en su Encíclica Populorum Progressio, “sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos”, al concebir el desarrollo como “el paso, para cada hombre y para todos hombres, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”.

Concebido así, el desarrollo es un proceso que comprende, en mi concepto, múltiples dimensiones, como la política, económica, social, ecológica, cultural y ética.

No se me escapan las dificultades de lograr este ideal de desarrollo, ni lo lejos que estamos de llegar a él.  Pero si a través de la historia la Humanidad ha sido capaz de tanto progreso ¿deberemos ahora renunciar a seguir avanzando?”

 

La misión del Estado

“Es claro que avanzar por este camino de “desarrollo humano integral” no será tarea fácil.  Exigirá mucho esfuerzo, mucho sacrificio, mucha generosidad. Exigirá superar prejuicios e ideologismos.  Unos de éstos –actualmente muy en boga- que en mi concepto está haciendo mucho daño, es el que proclama la libertad de los mercados como un dogma absoluto de la ciencia económica.  Pienso que la historia ha demostrado que los mecanismos de mercado son los más eficientes para crear riqueza, pero que no lo son, en absoluto, para distribuirla con justicia.  En relaciones entre poderosos y débiles, la mera libertad deja a estos últimos a merced de los primeros, no conduce a la justicia, ni salvaguarda el bien común… Y esa es, precisamente, la misión del Estado y su razón de ser:  asegurar la justicia y procurar el bien común”.

 

Solidaridad

Y si queremos llegar a niveles de existencia y calidad de vida que merezcan llamarse humanos, pienso que, a la libertad de los mercados regulada por la justicia del Estado, hay que agregar la “solidaridad”, entendida como actitud moral y social de aceptación de la interdependencia entre los hombres y entre las naciones, que nos lleve a empeñarnos todos en la búsqueda del bien común.  Bien común que es, a la vez, el bien de todos y el de cada uno y supone el reconocimiento de la dignidad de todas las personas como miembros de la familia humana y de las múltiples comunidades a que naturalmente pertenecemos.  De lo cual fluye, como obvia consecuencia, la necesidad de superar el individualismo mediante la organización comunitaria en que los seres humanos se concierten para ayudarse recíprocamente, defender sus derechos e intereses legítimos y buscar el bien común”.