«LA PAZ DE CHILE TIENE UN PRECIO»

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La voz del cardenal Raúl Silva Henríquez durante el gobierno de la
Unidad Popular

1970

El ambiente inquieto por el proceso de transformaciones, las expectativas no cumplidas, la cercanía de las elecciones presidenciales y la creciente interacción entre cristianos y marxistas, fue estimulando la polarización de la sociedad chilena, expresada no solo en el ámbito político, sino también social, y en la segregación y enjuiciamiento a la Iglesia católica, proveniente tanto de sectores conservadores como de la izquierda más radicalizada.

Al iniciarse la campaña para elegir un nuevo presidente de la República, y con el objetivo de invitar a los chilenos a reflexionar, el 12 de diciembre de 1969 el Comité Permanente del Episcopado dio a conocer una declaración sobre la situación actual del país.

Advirtiendo que “de ningún modo” su deseo era entrometerse en la política partidista, ni defender una determinada política o gobierno, sus autores fueron claros al señalar que la “supresión del sistema democrático, sea por partidos políticos, por grupos terroristas o por las Fuerzas Armadas, traería tales daños a la nación, a las instituciones y organizaciones nacidas de la voluntad libre de los chilenos, que nos parece indispensable recordar ahora el valor profundamente humano de la convivencia democrática”.  

La declaración manifestaba que “un cambio régimen basado en la fuerza de grupos minoritarios solo traería nuevos males para el país” y llamaba “a los partidos políticos, organizaciones sociales y gremiales, Fuerzas Armadas, y a todos los chilenos, para que contribuyan a perfeccionar la convivencia democrática, aspirando a una ‘democracia real’, donde efectivamente el pueblo pueda participar en las tareas y bienes de la nación, requisito fundamental para construir una ‘sociedad plenamente justa, libre y democrática’”.

“Declaración de los obispos chilenos sobre la situación actual del país”, 12 de diciembre de 1969

Pocos días antes de Navidad, Silva Henríquez envió un mensaje a los chilenos invitándolos a hacer un alto en su caminar para “considerar a la luz que irradia de Él: nuestros ideales y nuestras realizaciones; nuestros odios y nuestros amores; nuestras seguridades y nuestras inquietudes; nuestros sueños y nuestras realidades”.

“Mensaje navideño de los pastores de la Iglesia de Santiago”, navidad de 1969

El mensaje fue acompañado por una carta pastoral titulada “Inquietudes y esperanzas. Reflexión de la Iglesia de Santiago sobre problemas candentes de la hora”, resultado de conversaciones con obispos y laicos.

En ella se invitaba a los cristianos a “denunciar todo lo que en los procesos políticos envuelve desprecio o menosprecio por el hombre, sobre todo por el más débil. Denunciará así la violencia institucionalizada de las estructuras opresoras, como también el recurso de la lucha armada cuando todavía se dan las condiciones para una acción política no violenta. Denunciará toda instalación, aseguramiento y uso del poder por parte de un grupo en provecho propio y con desmedro o postergación de otros”.

“Inquietudes y esperanzas. Reflexión de la Iglesia de Santiago sobre problemas candentes de la hora”, Navidad de 1969

Con la clara intención de evitar que estos mensajes eclesiásticos fuesen instrumentalizados por las diferentes opciones político – partidistas, su redacción era muy cuidadosa en destacar la libertad de los cristianos para elegir a sus autoridades políticas, y en rechazar la utilización del “argumento religioso” en la contienda política, advirtiendo eso sí que cualquiera fuera la decisión que se tomase, esta debía estar de acuerdo con los principios del evangelio, hecho que daba pie a disputas al interior del mundo cristiano.

Manifestando una vez más su deseo de contribuir a perfeccionar la convivencia democrática, el 20 de julio de 1970 el cardenal habló a los chilenos a través del canal 13 de televisión, no sin antes haber conversado y acordado con los otros miembros del Comité Permanente del Episcopado el tono y contenido de su intervención.

En ella señaló que la “política en general, y una elección en particular, son hechos y actividades en que se juega buena parte del destino de una comunidad. Y a la Iglesia, servidora de la comunidad, eso no le puede ser indiferente”. Para luego precisar que ella “no tiene ni está ligada a ningún sistema ni partido político” y que su misión es aportar a la vida política siendo “el signo de salvaguarda de que los hombres puedan encontrarse y, más allá de sus ideologías y opciones políticas, unirse”.

“Iglesia, sacerdocio y política. Intervención del Sr. cardenal arzobispo de Santiago en Teletrece”, 20 de julio de 1970

Previendo que ninguno de los candidatos alcanzaría la mayoría absoluta y que por tanto, sería el Congreso Nacional el que debería decidir entre las dos primeras mayorías, el 2 de septiembre el Comité Permanente del Episcopado anunció que, debido a “las peculiares circunstancias del presente proceso electoral”,  la tradicional visita que sus representantes hacían a la nueva autoridad, se haría al candidato que obtuviese la mayoría absoluta de los sufragios, y si esta no fuera alcanzada, esperarían hasta la finalización del proceso electoral.

La intención de la declaración era “clarificar y ratificar” la “invariable voluntad” del Episcopado “de respetar el derecho privativo de la nación para darse un mandatario según su Ley Fundamental”.

“Declaración de monseñor Carlos Oviedo, secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile sobre la visita de los representantes de la Conferencia Episcopal al candidato triunfante en las elecciones”, 2 de septiembre de 1970

La declaración, sin embargo, no mitigó la presión que sobre el cardenal Silva Henríquez y la Iglesia ejercían actores y partidarios de las diferentes candidaturas -algunos vinculados o miembros de la iglesia- para que manifestaran su respaldo o condena al candidato que lograra la mayoría relativa.

En vísperas de la elección presidencial, el cardenal llamó a “valorar el privilegio – no muy común en nuestra América- de poder elegir con seriedad y libertad a los representantes y servidores de un pueblo soberano”, legado que debe ser cuidado, conquistando la paz.

Para ello, sostuvo que, ante todo, era necesario que los chilenos perdieran el miedo unos con otros, siendo la mejor manera para ello, la de empezar a conocerse y comprenderse. “Si los chilenos hiciéramos un esfuerzo serio por conocernos, descubriríamos algo sorprendente: ‘lo que nos une es mucho más fuerte que lo que nos separa’. Todos deseamos pan, respeto y alegría. Todos somos y nos sentimos chilenos, celosos de nuestra soberanía, acostumbrados a la libertad. Todos entendemos que en nuestra mesa común no puede haber privilegiados ni marginados. Todos queremos que esta tierra de todos la disfruten todos, con los mimos derechos y las mismas oportunidades. Todos anhelamos la paz.”

En una clara señal de su compromiso con las propuestas del Concilio Vaticano II y de la encíclica Populorum progressio, el mensaje advertía que “no habrá paz allí donde no haya justicia y no habrá justicia sin una educación sistemática a amar los derechos de los otros”.

“Lo que nos une”. Mensaje del cardenal Silva Henríquez en vísperas de las elecciones presidenciales, septiembre de 1970

Veinte días después de confirmarse que sería el Congreso Pleno el que debería elegir al nuevo presidente de la República entre las dos primeras mayorías relativas: Salvador Allende y Jorge Alessandri, el 24 de septiembre los obispos se reunieron en una asamblea plenaria extraordinaria en Punta de Tralca, donde dieron a conocer su parecer sobre las “tensas horas” que vivía el país; “de júbilo y esperanza para unos”, y de “temor y angustia para otros”. Unas horas donde hay quienes ven alarmados “los cambios precipitados, excesivos, errados. Se teme una dictadura, un adoctrinamiento compulsivo, la pérdida del patrimonio espiritual de la patria”, y hay también quienes “no ven esos peligros o los aceptan. Se sienten animados por una gran esperanza y una voluntad constructiva”.

Descartando cualquier interés de la Iglesia por “asumir atribuciones que son propias de los políticos y no nuestras”, los obispos expresaron su adhesión al pensamiento común de la Iglesia católica y en particular a la encíclica Populorum progressio y a los Acuerdos de Medellín y afirmaron que “hemos cooperado y queremos cooperar con los cambios, especialmente con los que favorecen a los más pobres. Sabemos que los cambios son difíciles y traen grandes riesgos para todos. Comprendemos que cuesta renunciar a algunos privilegios. Por eso conviene recordar las enseñanzas de Cristo respecto de la urgencia de la fraternidad entre los hombres, que exige desapego y mejor distribución de los bienes materiales”.

Rechazando actitudes como la evasión de los problemas o el llamado a la violencia, el documento invitaba a los chilenos a comprometerse en la construcción de la historia y en la formación de un hombre nuevo, invitando a unos y otros a buscar una “solución justa, original y creativa a la problemática chilena”, advirtiendo que la tarea era “grande y difícil”, pero que tenían confianza y esperanza que era posible con la ayuda de Dios y a través del diálogo y la colaboración conjunta.

“Declaración de los obispos chilenos sobre la situación actual del país”, 24 de septiembre de 1970

La respuesta a la invitación de la Conferencia Episcopal no fue la esperada. El 22 de octubre, un comando integrado por jóvenes católicos vinculados a movimientos integristas de la alta sociedad, dispararon al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, quien fue trasladado de urgencia al Hospital Militar.

Dos días después Salvador Allende fue elegido por el Congreso Pleno presidente de la República. El cardenal lo visitó en su casa de Guardia Vieja, gesto republicano que fue retribuido a los pocos días por Allende.

El domingo 25 de octubre falleció el general Schneider. La misa fúnebre del militar asesinado se realizó al día siguiente, oportunidad en la que el cardenal hizo propia la pesadumbre que invadía al país: “La patria está de duelo: un gran soldado del Ejército de Chile ha muerto… la violencia se ha revelado como absolutamente estéril. Estéril digo, para quienes pusieron su fe en ella: siempre obtuvieron exactamente lo contrario de lo que pretendían. Ni sus conciencias encontraron paz, ni la luz que combatieron fue oscurecida”.

“El camino de la justicia”. Homilía en la misa fúnebre del asesinado comandante en Jefe del Ejército, 26 de octubre de 1970

A las 11:00 horas del martes 3 de noviembre, Salvador Allende asumió oficialmente el mando de la nación, en una ceremonia realizada en el Congreso Nacional. Luego, el presidente y las autoridades asistieron a la catedral metropolitana, donde se realizó el Te Deum ecuménico de acción de gracias, presidido por el cardenal.   

El presidente Allende, ateo y marxista, había solicitado hacer esta ceremonia -que no era parte del protocolo ni de la tradición cívica-religiosa- con un carácter ecuménico, lo cual fue aceptado por el cardenal, quien además decidió que él mismo leería la homilía, lo que no era habitual.

El prelado habló de la “urgente misión que nos compromete a todos… a quienes han recibido un legítimo mandato del pueblo, y a los que hemos recibido un auténtico mandato de Dios” de hacer justicia al hermano. Queremos ser “constructores de un mundo más solidario, más justo, más humano, artífices de la paz verdadera”.

Insistiendo en esta idea, llamó a todos a “seguir creando la patria” y a orar por los gobernantes, a quienes “más allá de sus personales ideologías o creencias, su legítima autoridad les confiere la suprema dignidad de servidores del pueblo; acreedores, por ese título, del respeto y la cooperación de todos, en todo lo que sirva mejor al pueblo”. 

“Un mundo más solidario”. Homilía en Te Deum Ecuménico, 4 de noviembre de 1970