«LA PAZ DE CHILE TIENE UN PRECIO»

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La voz del cardenal Raúl Silva Henríquez durante el gobierno de la
Unidad Popular

1972

El nuevo año se presentaba complicado para el país y también para la Iglesia chilena, que veía cómo en su interior se reproducían los grupos que cuestionaban no solo sus planteamientos doctrinales sino también algunas de sus instituciones.

A fines de 1971 el jesuita Gonzalo Arroyo, secretario general del movimiento Cristianos por el Socialismo, informó al cardenal la próxima realización de una reunión latinoamericana de laicos y sacerdotes afines al movimiento destinada a intercambiar, analizar y profundizar la experiencia de compromiso efectivo de cristianos en la revolución liberadora de América Latina. El encuentro tendría lugar en Santiago entre el 23 y 30 de abril de 1972, coincidiendo con la III Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, Unctad III, lo que a juicio del cardenal era un evidente aprovechamiento publicitario.

Aunque ni Silva Henríquez ni la jerarquía eclesiástica dieron su aprobación a esta reunión, los Cristianos por el Socialismo iniciaron los preparativos. Los primeros días de marzo, el documento preparatorio del encuentro llegó a manos del cardenal, acompañado de una carta en la que el padre Arroyo lo invitaba a patrocinar el evento. 

Con la franqueza que lo caracterizaba, el cardenal le respondió: “He llegado a la convicción de que Uds. harán una reunión política, con el deseo de lanzar a la Iglesia y a los cristianos en la lucha en pro del marxismo y de la revolución marxista en América Latina. La única solución que Uds. ven para liberar al hombre es el marxismo… No me parece en absoluto adecuado patrocinar un encuentro de sacerdotes que están en una línea que a mi juicio no es la línea de la Iglesia”.

Valorizando el compromiso que el movimiento tenía con los más pobres y su deseo de contribuir al cambio social, le expresaba que no compartía “en lo absoluto la idea de escoger el marxismo como única solución para los problemas de nuestra América”.

A continuación, y “con el ánimo de que conozcan el pensamiento de un pastor que no desea claudicar en lo más mínimo de sus principios y que está cierto de que solo Jesucristo nos hará libres”, el cardenal le expuso sus observaciones al documento preparativo del Encuentro, para finalizar con “una consideración personal” en la que manifestaba estar “un tanto escandalizado… Me parece que su acción es destructora de la Iglesia”.

“No renunciar a la fe”. Carta del cardenal a Gonzalo Arroyo, s.j., 3 de marzo de 1972

El 17 de marzo, Gonzalo Arroyo respondió al cardenal a través de una carta en la que manifestaba que el objetivo del encuentro no estaba encaminado a “propagar una determinada ideología ni a luchar por los partidos marxistas”, aun cuando reconocía que el marxismo ofrecía “valiosos instrumentos científicos para entender y transformar la realidad social, sobre todo en América Latina”. A continuación se defendía de las acusaciones que el cardenal le había hecho de estar destruyendo la Iglesia, y de aquellas formuladas en contra de la Compañía de Jesús de Chile.

Carta de Gonzalo Arroyo, s.j., al cardenal Silva Henríquez, 17 de marzo de 1972

Días después, el 20 de marzo, el cardenal recibió una carta del Comité Coordinador del Secretariado de Cristianos por el Socialismo. En ella le señalaban que los miembros del Comité compartían su afirmación -hecha en la carta que le había enviado a Arroyo el 3 de marzo- respecto a que “si bien es cierto que en la acción por liberar a nuestros pueblos, puede haber muchos puntos de contacto con los marxistas, creo que es indispensable que los cristianos no renuncien a su cristianismo y aporten los valores espirituales que éste tiene, a esta lucha de liberación para conseguir que el resultado sea realmente el que se espera”, le advertían que  no había comprendido verdaderamente el contenido del documento preparatorio del encuentro, razón por la cual le hacían llegar esta carta con el objeto de clarificar algunos de sus puntos.

Al finalizar la carta, señalaban estar de acuerdo con el cardenal en calificar el encuentro como una reunión política, “si por ello se entiende la gran transformación del continente hacia una sociedad de hombres realmente iguales en sus derechos. No estamos de acuerdo, si con ello se indica el pequeño juego de partido para arrebatar y dominar a los otros”.  

Carta del Comité Coordinador del Secretariado de Cristianos por el Socialismo al cardenal Silva Henríquez, 20 de marzo de 1972

El 13 de abril llegó la respuesta del cardenal. En ella agradecía la clarificación que el Comité había hecho respecto del contenido del documento preliminar del encuentro, pero insistía en que ni aún en el ejercicio de la “alta política” a la que aludían los Cristianos por el Socialismo, la Iglesia “puede avenirse a juzgar con criterios exclusivamente políticos”.

 

Carta del cardenal Silva Henríquez al Comité Coordinador del Secretariado de Cristianos por el Socialismo, 13 de abril de 1972

Con la asistencia de más de 400 cristianos de todos los países de América Latina (laicos, pastores, sacerdotes y religiosas) la clarificación que el Comité había

Para el cardenal, se hacía cada vez más claro que la ideología había “capturado totalmente” a los Cristianos por el Socialismo y que incluso, muchos de sus integrantes “eran capaces de identificar el tremendo daño que podían producir”. (Memorias, p. 447)

Paralelamente a este conflicto interno de la Iglesia, la situación del país se fue haciendo insostenible. Las tomas, allanamientos y movilizaciones que terminaban en actos violentos ocurrían todos los días, sin que la autoridad se hiciese cargo. Los tres poderes del Estado vivían en constante tensión. Los problemas económicos se agudizaban mientras las huelgas y el desabastecimiento aumentaban, lo mismo que la presión internacional debida a la nacionalización de las minas de cobre y la discusión en torno a las indemnizaciones.

Los llamados de la Iglesia a “la unidad de las familias chilenas” y a “participar en las empresas comunes que nos permiten conocernos, comprendernos y ayudarnos mutuamente”, aunque insistentes, parecían no permear las mentes de los chilenos, inmersos en continuas olas de violencia y presos de un sectarismo tanto del gobierno como de la oposición, tierra fértil para el odio.

“Por un camino de esperanza y alegría”. Declaración de los obispos de Chile reunidos en Punta de Tralca, 11 de abril de 1972

En mayo, el cardenal fue nuevamente invitado por la Central Única de Trabajadores (CUT) al acto de celebración del 1 de Mayo. Aun cuando estaba consciente de que, como en otras ocasiones, su presencia sería utilizada por la Unidad Popular y criticada por la derecha, su postura conciliadora y fraterna, lo animaron a asistir.

En septiembre, a petición de diversas personas, el cardenal envió un mensaje a los chilenos a través de las pantallas de Canal 13 intentando aplacar las pasiones y hacer reflexionar a cristianos y no cristianos ante el “apocalíptico” fantasma de la guerra entre hermanos.

Insistiendo en su rechazo a la violencia, señaló que el pueblo chileno ama y respeta “el Derecho, con sus normas legales, con sus constituciones y sus autoridades, con sus riesgos también y sus defectos”. Si las leyes son defectuosas, el deber entonces es modificarlas “por los mismos caminos por los que fueron hechas… Todo otro camino es “mentiroso y estéril”.

El cardenal finalizaba manifestando su esperanza en la madurez de los chilenos, su confianza en las instituciones democráticas, en los poderes públicos garantes de la unidad nacional y en la presencia activa de Cristo Jesús.

“Congoja y Esperanza”. Mensaje del cardenal Raúl Silva Henríquez a los chilenos, 2 de septiembre de 1972

El prelado recuerda que el mensaje tuvo “gran efecto. Pero sería engañarse: era no más que una gota en medio del vendaval. La violencia había diseñado su propio curso”. (Memorias, p. 456)

Y no podía tener más razón. Pocas semanas después, una verdadera explosión de demandas sociales se materializó en el llamado “paro de octubre”, que mantuvo al país semiparalizado durante veinticuatro días.

La escasez de combustibles y alimentos, las carreteras cortadas, la agitación callejera, la presencia de militares en las calles, el toque de queda nocturno y las radios sometidas a cadena nacional permanente, mostraron un panorama hasta entonces desconocido para los chilenos.

El cardenal supo de estas noticias estando en Roma. Angustiado, decidió no solo adelantar su retorno al país, sino que enviar en forma urgente un mensaje a los chilenos exponiendo las condiciones que, a su juicio, debían darse para que se restablecieran el entendimiento, la armonía y la tranquilidad espiritual que el país necesitaba. La primera, el respeto a la autoridad legítima, sin el cual “se está en la anarquía y se allana el camino a la violencia entronizada”. La segunda, el respeto a la verdad; “cualquier forma de persuasión que intente impedir la pública y libre opinión, que deforme la verdad o difunda verdades a medias o discriminándolas según un fin preestablecido o pasando por alto algunas verdades importantes, daña la legítima libertad de información del pueblo y no debe admitirse de manera alguna”. La tercera condición era el respeto a la persona humana; “respetar y amar el derecho de los otros”. Finalmente, la cuarta condición señalada por el cardenal era el respeto a Chile, que “nos exige hoy la generosa renuncia de nuestros orgullos, la afanosa e inteligente búsqueda de las soluciones que, superando el conflicto actual, labren la grandeza futura de nuestra patria”. Y concluía: “Nadie, por eso, tiene el derecho de pensar primero en sí mismo, en su prestigio personal o en el triunfo de su propia causa cuando lo que está en juego es la vida institucional de la nación. Nadie tiene el derecho de imponer su propio punto de vista por razones mezquinas o importantes, pero menos importantes que Chile. Nadie puede pretender que su triunfo se pague al precio de un desastre nacional”.

“Operación respeto. Las condiciones de nuestra convivencia”. Mensaje a los chilenos, 29 de octubre de 1972

El mensaje de Navidad de ese año puso de manifiesto que la angustia de la Iglesia chilena iba en aumento. Cansada quizás de predicar en el desierto, en su primer punto expresó que el “mensaje se reducirá a una simple súplica: Señor, ayuda a Chile a encontrar la paz”.

“La paz es posible”. Mensaje de Navidad, 24 de diciembre de 1972